“Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas:  el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca, quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:21-23).

Si buscamos la plenitud del Espíritu Santo en nuestras vidas, si queremos contentar al bendito Espíritu de Dios, hemos de seguir a Jesús. Esto es lo que Él más desea. Todo su ministerio es conducirnos a Jesús, revelar la gloria de Jesús, ensalzar a Jesús, hacer que amemos a Jesús y que deseemos ser como Él. El camino a este último es seguirle. En este pasaje tenemos el ejemplo que hemos de seguir. Cuando fue maltratado, no respondió maltratando; no devolvió insulto por insulto, no amenazaba: “¡Ya verás lo que te pasará a ti!”, sino que encomendó su causa al Padre.

            Cuando nos calumnian y dicen mentiras acerca de nosotros, ¡cómo sufrimos! Nos vemos como víctimas y mártires. Sentimos mucha lástima de nosotros mismos. Deseamos que caiga un relámpago del cielo fulminando a nuestro opresor. Sentimos odio, rencor y amargura. Tenemos ganas de vengarnos. Esta venganza puede tomar muchas formas: hablando de otros de lo que nos ha pasado, sumergiéndonos en la depresión, deseando la muerte del que nos ha hecho daño, contestándole con palabras hirientes, etc. Hay muchas cosas que podemos hacer, pero si vamos a seguir el ejemplo de Jesús, no podemos hacer ninguna de ellas, sino “encomendar nuestra causa al que juzga justamente.” Esto requiere fe en que Dios ve lo que está pasando, que lo condena, y que Él actuaré en el momento preciso para rectificar, con justicia. Es lo mismo que dice Pablo: “No venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12: 19). Cuando obedecemos estos preceptos al pie de la letra, somos como Cristo.    

.