“Dios trajo hambre sobre la tierra… Multiplicó su pueblo en gran manera… Cambió el corazón de ellos para que aborreciesen a su pueblo” (Salmo 105:16, 24, 25).

Lo que nosotros llamamos el destino o la mala suerte es realmente la mano de Dios. Esta mano se ve claramente en el Salmo 105. Si el propósito de Dios era formar una nación de los descendentes de Abraham y darles la tierra de Canaán, ¿por qué los llevó a Egipto? ¿Por qué envió Dios el hambre que hizo necesario su traslado a aquel país? Parece todo un desvío del plan de Dios. Porque su estancia allí formaba parte de un plan muy elaborado, porque el pueblo de Dios siempre se forma bajo la sombra del enemigo. Es el mejor lugar de cultivo para crecer espiritualmente.

 

            Si Dios hubiese dado una gran familia a Abraham y Sara, nunca habrían aprendido a vivir por fe en las promesas de Dios. Si hubiese prosperado y guardado la joven nación de toda invasión de fuera, nunca habrían aprendido a separarse voluntariamente, a batallar contra el enemigo y a vencerle. Hay dos cosas que necesitamos aprender para madurar: tener fe en Dios, y conquistar al enemigo. Para esto, necesitamos al enemigo. Es un instrumento muy útil en manos de Dios.

 

            Israel se formó en Egipto y se consolidó en el desierto. En Egipto aprendieron a clamar a Dios por su liberación. A causa de la opresión del enemigo, se mantuvieron separados. Este rechazo era su protección. No se casaban con egipcios, cosa que habría significado su asimilación a Egipto y su desaparición como nación. Bajo la persecución desarrollaron su identidad como pueblo. Y en el desierto aprendieron la ley de Dios y el culto al Señor. El desierto fue un lugar terrible y espantoso, pero bien separado de las demás naciones. Esto también fue su protección.  Fue en la abundancia de Canaán, donde se produjo el roce con otras culturas, que se corrompieron.

 

            El Salmo 105 trata los comienzos de Israel desde Abraham hasta Moisés. Con Abraham, Isaac y Jacob Dios hizo un pacto (vs. 8-10). Les prometió la tierra de Canaán. ¿Y que hace? ¡Les lleva a Egipto!  Parece totalmente innecesario ir allí, pero era esencial. Dios envió el hambre (v. 16). Dios envió a José (v. 17) a prepara el camino. Dios envió los plagas (v. 28-36); Dios los liberó (v. 37), y Dios les dio la tierra de Canaán (v. 44), justo donde empezamos, en la tierra donde vivía Abraham donde Dios le dio la promesa. ¿Qué había adelantado por medio de los 400 años en Egipto? ¿Por qué no le dio la tierra en seguida a Abraham? Porque los tuvo que formar en Egipto. Porque el creyente siempre tiene que formarse en el mundo. La iglesia igual. Necesitamos la enemistad del mundo para consolidarnos, para guardarnos de él, para aprender a orar y clamar a Dios y confiar en Él, y para desear nuestra Tierra Verdadera. Aunque parezca imposible, aunque muchos años han pasado, un día Dios me va a sacar de aquí y me va a llevar a la Tierra Prometida y voy a heredar lo que me ha prometido. Esto fue la fe de José, y por esto no fue enterrado en una pirámide en Egipto, porque creía en la promesa que Dios había dado a su padre Abraham.

 

            Tú, yo y la iglesia de Dios estamos formándonos en el mundo, nuestro Egipto, el instrumento de Dios para que aprendamos a apartarnos de él, desarrollar nuestra identidad, tener fe en Dios y vencer al enemigo. ¡Qué útil es el mundo!

 

 

M. Burt