“Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa; líbrame de gente impía, y del hombre engañoso e inicuo” (Salmo 43:1) 

En momentos de nuestra vida cuando nos sentimos “enlutados por la opresión del enemigo” (v. 2), este salmo viene como oración del alma, pidiendo que Dios nos eleve por encima de lo que está pasando a nuestro alrededor a la esfera donde Él es muy grande y todo lo llena en todo y donde el otro que nos está haciendo daño queda pequeño, muy lejos, y desarmado delante de la grandeza de Dios.

Júzgame

            “Júzgame” también podría ser traducido: “Hazme justicia” o “Sé tú mi juez”, o, “Vindícame”. El Salmista ve que ha sido tratado injustamente y está pidiendo al Señor que sea Él su Juez. “Juez” es precisamente uno de los nombres de Dios: “Jehová Hashopet, El Juez”.El que nos ha de juzgar es el Señor mismo, no otra persona. Él determina si hemos pecado o no, Él nos da el castigo justo, si hace falta, Él nos defiende contra otros que pretenden ser nuestros jueces y Él nos hace justicia.

Defiende mi causa

         “Nuestra causa” es el conflicto en la cual estamos metidos. Otros nos han juzgado y condenado. Han sacado una conclusión acerca de lo que hemos hecho, acerca de nuestras motivaciones, que pretenden conocer, y nos han montado en tal embrollo que no hay quien escape. Han puesto nuestro nombre en entredicho. Han hablado de otros contra nosotros. No hay nada que nosotros podamos hacer para defendernos sin atacarles a ellos, y esto no lo podemos hacer. Estamos pidiendo al Señor que haga resaltar nuestra justicia, que limpie nuestro nombre, que nuestro testimonio quede íntegro delante de la sociedad, en la iglesia, en el hogar, o en nuestro círculo de amistades. 

Líbrame

            El otro nos ha atrapado. Nos sentimos presos de sus manipulaciones, especulaciones, juicios o maquinaciones. Pedimos al Señor que nos libre del alcance de sus calumnias, que podamos estar libres de su influencia negativa en nuestra vida,  libres para seguir adelante dentro de la voluntad de Dios para nosotros mismos.

            Esta libertad se puede conseguir sin que Dios cambie a la otra persona, a pesar de lo que esté pasando a nuestro alrededor, a pesar de lo que digan de nosotros, porque no viene de la otra persona, sino de Dios. Es una libertad espiritual, al estar “escondidos en Cristo”. Dios defenderá nuestra causa y actuará como nuestro Juez y nos declarará inocentes. Luego Él mismo se encargará de poner cada cosa en su sitio. Esta es la libertad que tenemos en Cristo que nadie nos puede quitar.