“Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó del olor del perfume” (Juan 12:3).

No fue sólo la casa la que se llenó del olor del perfume, María misma quedó impregnada de la fragancia y el dulce olor se quedó con ella. Cuando ella salió de la casa de Simón, el olor la acompañaba. Por dondequiera que fuese, María perfumaba el aire con el olor del nardo puro. Era imposible de ocultar.

            Esta es la fragancia de la adoración. El cabello y las manos de María olían del perfume que ella había derramado sobre Jesús en un acto espléndido de devoción, un derroche de amor sobre su persona. Esta es la adoración: es gastar todo lo que tenemos y somos en gratitud al Señor que nos ha librado del poder del mal y nos ha dado una nueva vida. El amor inspiró este acto que recibió la aprobación del Señor Jesús. Lo aceptó de buena gana y quería que se proclamase a los cuatro vientos lo que esta mujer había hecho para Él: “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mat. 26:13). Su acto de devoción alegró el corazón de Jesús en un momento cuando la sombra de la muerte se le iba acercando.

            Cuando nosotros realmente vivimos una vida de adoración puntuado por estos momentos especiales de derramar nuestra fortuna a los pies de Jesús, todo el mundo lo notará, porque el olor de nuestro sacrificio lo llevaremos con nosotros por dondequiera que vayamos. “Mas a Dios  gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan” (2 Cor. 2:14-15). Nuestra adoración de Jesús es un grato olor que sube al trono de Dios en el cielo y también bendice y enriquece a nuestros hermanos, ambientando el lugar donde nos encontramos con la dulce fragancia de la gratitud y la adoración a nuestro amado Señor.