Porque esta es la voluntad de Dios: que hacienda el bien, hagáis enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos” (1 Pedro 2:15).

Los hombres insensatos tienen mucho que decir. Hablan y hablan. La ignorancia es muy locuaz. Para contrarrestar lo que dicen no es necesario que abramos la boca. No es cuestión de convencerles de su ignorancia por nuestras palabras. No hace falta ganar una discusión, como si la sabiduría tuviese que debatir contra la ignorancia, para convencerles de su error. Verán su error por nuestra conducta sin palabras. Cuando ellos vean nuestra vida se darán cuenta de su ignorancia y cerrarán la boca. Dejarán de decirnos más nada. La conducta del creyente habla por sí sola sin necesidad de explicarse con una dialéctica convincente. Lo que convence es la vida.

            De allí la importancia de vivir una vida consecuente. Los hombres que no tienen a Cristo pueden ser muy inteligentes, pueden ganarnos en una controversia, pero lo que les hace callar es nuestra vida. Tiene una explicación sobrenatural que habla con elocuencia. Esta es la voluntad de Dios, que hagamos el bien, y al hacerlo hablamos por nuestros actos de amor y caridad y convencemos a los que no conocen al Señor de que el Evangelio es verdad. La vida habla volúmenes y una vida dedicada a hacer el bien habla sin palabras a un mundo que quiere ver la realidad, no oírla. Cuando la ve, callará y pensará.   

            Jesús es recordado más por sus obras que por sus palabras. La gente puede refutar lo que decimos, pero nunca pueden negar lo que hacemos.

            No importa lo que dicen los que tienes alrededor. Dios los ha calificado como insensatos. Él te dará el poder para vivir una vida santa a pesar de sus burlas, acusaciones o argumentos. Y contra esta vida santa no tendrán argumentos. Su boca quedará cerrada. Esta es la voluntad de Dios, y esta voluntad prevalecerá.