“¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto,… porque era ladrón” (Juan 12:5-6).

  Lo que criticamos arroja luz sobre nuestras propias faltas. Criticamos lo que no funciona bien en nosotros mismos. Si estudiamos lo que evoca crítica en nosotros hacia otros, veremos que, en muchos casos, lo que criticamos en otros es una deficiencia en nosotros mismos.

Judas criticó el uso del dinero. No le gustó la idea de derrochar dinero sobre Jesús. Esto le molestó a él, porque él no iba a derrochar dinero sobe Jesús, sino venderle por dinero. Judas era ladrón. Robaba dinero, ¡no regalaba dinero! Claro que le molestó la actuación de esta mujer.

“Y estando  detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lu. 7:38-39). Lo que molestó a Simón el fariseo era que Jesús se dejó tocar por una pecadora. Esto le molestaba tanto porque él no se consideraba pecador. Él se veía más santo que los demás, y los “pecadores” le repugnaban. El acto de esta mujer le molestó tanto porque nunca había visto a sí mismo. El era pecador, igual que ella, pero lo ignoraba. Juzgaba a los demás, porque nunca se había juzgado a sí mismo. Si él se hubiese visto condenado y perdonado, creería que todos lo demás era mejores que él, no peores. Le criticaba a ella por ser lo que él mismo era: pecador.

Señor, muéstrame cuáles son las cosas que más me molestan en los demás y enséñame lo que hay en mí que me hace reaccionar de esta manera. Amén.