“Bendecid, pueblos, a nuestro Dios, y haced oír la voz de su alabanza. El es quien preservó la vida de nuestra alma, y no permitió que nuestros pies resbalasen. Porque tú nos probaste, oh Dios; nos ensayaste como se afina la plata. Nos metiste en la red; pusiste sobre nuestros lomos pesada carga. Hiciste cabalgar hombres sobre nuestra cabeza; pasamos por el fuego y por el agua, y nos sacaste a abundancia” (Salmo 66: 8-12).

¡Cuántas pruebas! Muchas y muy variadas. ¿Cuál la peor? Dios nos probó, nos refinó, nos purificó como se purifican los metales preciosos. Nos metió en su red, como peces atrapados. Puso cagas pesadas sobre nuestras espaldas como bueyes o animales de carga. Hizo cabalgar hombres sobre nuestra cabeza como a caídos en campos de batalla. Nos hizo pasar por fuego y por agua, quemados y ahogados, pero no para que pereciésemos, sino para introducirnos en su abundancia. Este es el camino a la prosperidad espiritual. Él nos ha hecho pasar todo esto, por tantas pruebas, no para destruir nuestra fe, sino para purificarla como se purifica el oro, para pescarnos para sí mismo, para fortalecernos para que nosotros podamos ayudar a llevar las cargas de nuestros hermanos, para levantarnos del campo de batalla con vida de resurrección para seguir en la lucha. Hemos pasado por el fuego, pero no hemos sido consumidos, y por el agua, pero no nos hemos ahogados, hemos salido a flote y hemos aprendido a caminar sobre las olas.

 

El resultado es que hemos entrado en la vida de abundancia. En las pruebas hemos madurado. Antes éramos como arbolitos en tiestos, hermosos, pero no muy estables. Se presenta un vendaval, y se cae la tiesta y el árbol se queda postrado en tierra. En las pruebas hemos crecido tanto que las raíces han roto el fondo del tiesto y se han metido en la tierra donde descansaba el tiesto. Se han ido profundizando, profundizando hasta llegar a estar muy hondos. Este árbol ya está muy bien arraigado, firme y estable. Cuando se presenta un vendaval se mueve con el viento, pero no se tumba. Se mantiene firme y recto. Así estamos nosotros, profundamente arraigados en Cristo, con las raíces fuertes en su amor, absorbiendo su misma vida. En las pruebas sucesivas, permaneceremos en pie, firmes en Él.

 

Esta es la vida abundante, sacando de la misma abundancia de Cristo, viviendo de su fuerza y su vitalidad. Se refiere a la abundancia espiritual, no a la material que es perecedera e interesada, sino de la verdadera riqueza en Cristo. Esta es parte de la finalidad de la prueba. Y la otra parte es de cara al Señor. Estamos dándole gloria y alabanza. Hemos entrado en una vida que es una satisfacción para Él. La relación que ahora tenemos con Él es una caracterizada por la alabanza. Así está el salmista: “Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra. Cantad al gloria de su nombre; poned gloria en su alabanza” (v. 1-2). La finalidad de la prueba es que seamos llenos del Espíritu de alabanza.