El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (Romanos 8:32).

Este versículo merece que le dedicamos nuestra atención durante el tiempo de la meditación esta mañana. Tiene que ver con el planteamiento cristiano de la vida. La persona que ha entregado su vida al Señor en sacrificio vivo y está viviendo para su reino, tiene esta promesa: Dios suplirá sus necesidades, de todo tipo. Es la misma promesa que tenemos de labios del Señor Jesús cuando dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mat. 6:33). Esto significa que si nuestra primera prioridad es llevar a cabo la voluntad de Dios, si estamos contribuyendo a su reino, sirviendo a nuestros hermanos, “edificando los muros de Jerusalén”, viviendo una viva justa, entonces podemos esperar que Dios supla el pan y la ropa que necesitamos para vivir. No espera que le sirvamos sin darnos los recursos para ello.

Esto no quiere decir que no vayamos a pasar hambre. El apóstol Pablo que escribió esta promesa, pasó hambre. Paso frió. Enfermó. Muchos de nuestros hermanos están pasando cosas horribles en condiciones infrahumanos por amor al reino de Dios. Sin ir más lejos, nos dicen que entre 50 y 70 mil cristianos están en campos de prisión en  Corea del Norte, torturados con extrema dureza. ¿Esta promesa no se aplica a ellos? Sí. Ellos tienen de parte de Dios lo que necesitan para ser más que vencedores. Dios mantiene viva su fe, los consuela, los fortalece, los alimenta, les da gozo, y mantiene una comunión con ellos que muchos de nosotros desconocemos. ¡Dios sigue sin escatimar a sus hijos!

Y nosotros, que vivimos en condiciones más “normales”, también encontramos que Dios suple el trabajo, el dinero, la salud, el consuelo, la paz y el gozo necesarios para cumplir nuestra misión dentro de su reino. Miramos a Él confiadamente y Él abre su mano y sacia el deseo de todo ser viviente (Salmo 145:16).  A Él sea la gloria.