“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:38, 39).

Nada de lo que nos pasa puede separarnos del amor de Dios. Lo dice dos veces el apóstol: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (v. 35). No hay ninguna cosa, ni ninguna necesidad nuestra, ni ninguna circunstancia, ni ninguna persona, ni ningún poder demoníaco, que no pueda separar del amor de Dios. Hay muchas cosas que pretenden hacerlo, que nos quieren hacer ver que Dios nos ha abandonado. Pablo los enumera. Primeramente dice que ninguna necesidad es señal del abandono de Dios. Si nos falta algo esencial, no tenemos que interpretarlo como evidencia de que Dios nos ha dejado. Dios proveerá. “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (v. 32). Si Dios nos ha dado lo más grande, nos dará también lo más pequeño. Si nos ha salvado, nos cuidará. Si ha limpiado nuestro pecado, también proveerá el pan diario.

Ninguna persona o circunstancia puede interferir en nuestra relación de amor con Cristo. “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro o espada?” (v. 35). Ninguna circunstancia nos puede separar del amor de Dios. En medio de lo que sea, su amor nos sigue llegando. La tribulación y la angustia son muy fuertes. Las tribulaciones vienen de fuera, y la angustia es lo que sentimos. Dios está con nosotros en nuestras angustias, comprendiéndonos, ayudándonos y amándonos. La persecución tampoco es evidencia de que el Señor no nos ama, que nos ha abandonado. Puede ser la persecución masiva en un país como China, o una persecución en nuestro trabajo o en nuestra casa por ser creyentes. Por mucho daño que nos hagan, el amor de Cristo sigue llegando a nosotros. No logran separarnos de Él.

Ningún demonio nos puede separar de Dios, aunque haga todo lo que está a su alcance para intentarlo. Tratará de convencernos de que somos culpables, indignos y que Dios no puede amarnos. Los ángeles malos, los principados y poderes satánicos nos acusan, obran en nuestra contra, pero “Dios es por nosotros” (v.31). Él es nuestro defensor contra un enemigo mucho más fuerte que nosotros, y no nos entregará a su voluntad. ¿Quién acusará a los escogidos de Dios?” (v. 33). “¿Quién es el que condenará?” (v. 34).  Pues, el enemigo. Nos dirá que hemos caído de gracia, que no hay esperanza para nuestra salvación, que Dios no puede perdonarnos, que no hemos hecho lo suficiente para agradar a Dios, que tenemos la culpa por los pecados de otros, etc., todo mintiendo, pero Dios nos seguirá amando.

Lejos de lograr estropear nuestra hermosa relación de amor con Dios, “en todas estas cosas somos más que vencedores” (v. 37), porque no las interpretamos como prueba de que Dios ya no nos ama, porque más fuerte que la tribulación y la angustia es el amor de Dios, y porque su poder se perfecciona en nuestra debilidad obrando para que todo nos ayude a bien (v. 28). ¡Aleluya!