“Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia” (Salmo 66:20).

En la lectura de ayer vimos que el salmista lo pasó muy mal cuando estaba en la prueba. Su alma estaba desfallecido. En su angustia clamó a Dios y le hizo promesas. Se ha acabado la prueba. Ahora que está mejor que nunca, se acuerda de estos votos y los cumplirá: “Entraré en tu casa con holocaustos; te pagaré mis votos que pronunciaron mis labios… cuando estaba angustiado” (v. 13-14). ¿Has prometido algo al Señor en tus momentos de prueba? ¿Qué si te saca de esta, que nunca más dudarías de Él? ¿O que dedicarías más tiempo a leer y meditar en su Palabra? ¿O que le servirías? ¿O que testificarías a todo el mundo? No olvides de cumplir tu promesa. El Señor sí se acuerda.

Es salmista está dando testimonio a lo que el Señor ha echo por él: “Venid, oíd todos los que teméis a Dios y contaré lo que hecho a mí alma. A él clamé con mi boca… Me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica” (v. 17, 19). En medio de su testimonio mete una pequeña predicación: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado” (v. 18). Es cierto. Si clamamos a Dios pidiendo su ayuda porque estamos en un apuro muy grande, hemos de asegurar que nuestro corazón está limpio. Si estamos viviendo en pecado y pedimos que Dios nos ayude con nuestros problemas, no nos oirá. O su respuesta primera será enseñarnos nuestro pecado. Por amor a nuestras oraciones hemos de mantener nuestra vida limpia. Si queremos que Dios conteste nuestras oraciones, hemos de estar viviendo una vida de obediencia a Él. Cuantos creyentes están viviendo vidas deshonestas y preguntándose porque Dios no contesta sus oraciones.

El testimonio del salmista es otro: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado. Mas ciertamente me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica” (v. 18-19). Por lo tanto el salmista está muy gozoso en el Señor. Le bendice y le alaba: “Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia”. Subió su oración al Cielo y bajó la misericordia de Dios. Huelga decir que la respuesta a nuestra oración no es porque la merecemos, porque le hemos obedecido, o porque hemos mantenido limpia nuestra vida, sino porque Dios es misericordioso. Todo es de gracia. Alabado sea Él por su gran misericordia en escuchar nuestra súplica.