Quitad los dioses ajenos y a Astarot de entre vosotros, y preparad vuestro corazón a Jehová, y sólo a él servid” (1 Sam. 7:3).

Dios es nuestro Defensor, nuestro Escudo contra los ataques del enemigo, pero hemos visto que tenerle a Él no nos garantiza la victoria. Es necesario que nuestros corazones estén limpios para que Él luche a nuestro favor. Samuel dijo a los hijos de Israel: “Quitad los dioses ajenos y a Astarot de entre vosotros,  y  preparad vuestro corazón a Jehová, y solo a él servid”. La palabra clave es “sólo”. Israel siempre había servido a Jehová. Esta no era el problema. El problema era que servían a Dios y además  a los ídolos. Es como el creyente que tiene una fe ortodoxa en Dios y, a la vez, practica las costumbres del mundo. Para dar un ejemplo: Un señor que es anciano de su iglesia tiene un negocio en el cual no trata a sus empleados de acuerdo con lo que la ley estipula. En su negocio usa los mismos chanchullos para evitar el pago de impuestos que los hombres de negocios del mundo. Perjudica a sus empleados. Les complica la vida. ¿Su familia y su iglesia pueden esperar la ayuda de Dios para andar en victoria sobre el enemigo? ¿No están derrotados ya?

            La doble vida nos traiciona. El Señor Jesús dijo que no podemos servir a dos señores, no obstante, intentemos hacerlo. ¿Cómo está la iglesia evangélica? ¿Se ha separado del mundo? ¿Vive en santidad delante de Dios? ¿O ha hecho componendas con el mundo? Esta mezcla de doctrina correcta y vida mundana es lo que está  impidiendo que la iglesia dé un testimonio claro en nuestra sociedad. Nuestras iglesias no crecen. No vemos conversiones. Perdemos a los jóvenes. Hay pocos matrimonios jóvenes. Hasta que no quitemos el pecado de en medio nuestro, somos como Israel con Ofni y Finees (1 Sam. 2:12) como sacerdotes, o como el pueblo de Israel haciendo culto a Dios y a los baales a la vez.

            “Los hijos de Israel quitaron a los baales y a Astarot, y sirvieron sólo a Jehová” (1 Sam. 7:4). La victoria se consigue por medio de la intervención de Dios cuando hemos rectificado lo que está mal, confesado nuestro pecado, y reclamado la sangre de Cristo vertida por nosotros: “Y Samuel tomó un cordero de leche y lo sacrificó entero en holocausto a Jehová;  y clamó Samuel a Jehová por Israel, y Jehová le oyó” (1 Sam. 7:9). Un cordero de leche es uno que no come hierba sino leche, o sea, uno que está mamando. El corderito está tranquilamente bebiendo leche de la madre cuando de repente es quitado y atado. ¡Qué consternación para la madre y qué desconsuelo para el animalito! Luego es degollado. No podemos por menos pensar en el Padre cuyo Hijo tierno fue quitado de su lado, atado y ofrecido en sacrificio por nosotros.

            Cuando Samuel estaba ofreciendo el sacrificio, los filisteos atacaron. Israel no estaba armado para la batalla, ni estaba en posición de luchar, pero no hacía falta, porque Dios solo se bastó para darles la victoria, como sólo se había bastado para defender su nombre en Filistia. “Mas Jehová tronó aquel día con gran estruendo sobre los filisteos, y los atemorizó, y fueron vencidos delante de Israel” (1 Sam. 7:10). Israel no tuvo que luchar. Ganaron cuando pusieron en orden sus vidas y sólo servían a Jehová; y el resto lo hizo Dios.